Entre los tres y los seis años, aunque ya hay repeticiones de sílabas o de palabras al comienzo de una oración, nos encontramos todavía frente a una difluencia fisiológica. De hecho, en la etapa preescolar todavía no hay conciencia del problema porque los niños se valen de estas repeticiones (bloqueos) para pensar en cómo continuar la oración, por lo que no se dan cuenta de la anomalía rítmica. Sin embargo, llegados a un cierto punto, son los demás quienes advierten el problema. El niño, de hecho, se da cuenta de dicho problema porque percibe la mirada avergonzada de los demás.
Esta es la chispa que da inicio al círculo vicioso en el que, el miedo de que haya un problema amplifica todavía más el problema en sí. Los bloqueos empiezan a surgir cada vez que el nivel de vergüenza (nivel de ansiedad) supera el umbral de tolerancia. Es de este modo que los niños pasan de una inconsciente difluencia fisiológica a tener conciencia plena del problema que acabará convirtiéndose en tartamudez.
Sin embargo, cuanto más se alarga en el tiempo, más inhabilitante resulta la tartamudez. Es por ello que una pronta intervención sobre la misma ofrece a los niños la posibilidad de aprender de inmediato los mecanismos necesarios para superar cualquier tipo de bloqueo y les demuestra que la tartamudez es un problema que se puede resolver.
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